Cuando la medicina para el pueblo llano era solo una quimera, era frecuente las gentes acudieran en masa a los conventos y monasterios en busca de las buenas artes curativas de los monjes, los cuales guardaban ,como oro en paño, su recetario que incluía delicias para los paladares más exquisitos, a la par que remedios para los males del cuerpo.
Como las normas de la Iglesia no les permitían abrir el cuerpo humano para diagnosticar sus males, por lo menos podían ofrecer a los enfermos recetas gastronómicas o de herbolario que les hicieran mejorar de sus padecimientos.
Una receta a base de verga de toro, testículos de zorro, canela, jengibre, clavo y leche de vaca, curó al rey Enrique IV, cosa que los galenos reales no habían conseguido hacer...
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